domingo, 8 de marzo de 2015

LAS MUJERES MALABARISTAS


Cuidado infantil: las desigualdades de género, las inequidades sociales y el rol de las políticas públicas en la atención de niñas y niños en la Argentina actual.

POR CLARISA VEIGA
Mujeres que viven con sus parejas, o no; que forman parte de hogares nucleares o extendidos; y que, a veces, encabezan esos hogares. Mujeres que trabajan; que buscan trabajo; que no trabajan. Mujeres que disponen de ingresos para acceder a bienes y servicios que brindan un alto grado de bienestar; otras que alcanzan a tener una vida digna gracias a un esfuerzo cotidiano y al aporte de servicios y programas sociales; y muchas que tienen poco y oscilan entre permanecer en la “inactividad” del trabajo doméstico y el despliegue de un sin número de estrategias para combinar con tenacidad la participación en el mundo del trabajo “informal” y el cuidado de sus hijos. Así describe Eleonor Faur, doctora en Ciencias Sociales por FLACSO, a las “mujeres malabaristas”, en quienes recae aún en siglo XXI el cuidado infantil.
“El maternalismo, noción que supone a la mujer como la ‘cuidadora ideal’ de sus hijos, atraviesa tanto las formas de organización cotidiana de las familias, como las políticas públicas contemporáneas”, explica a Debate la autora del libro El cuidado infantil en el siglo XXI, publicado de forma reciente por Siglo XXI Editores. Faur sostiene que la participación en el trabajo doméstico y de cuidados, así como la cantidad de horas promedio asignadas a estas tareas, indican que las mujeres continúan siendo las principales responsables de la gestión del cuidado cualquiera sea su edad, su posición en el hogar, y su nivel educativo, incluso aquellas que se encuentran empleadas a tiempo completo. “Aun cuando los hombres participen de determinadas actividades, rara vez lo hacen en similar proporción que las mujeres ni se consideran corresponsables de las mismas”, indica.
La llegada de la mujer al mundo del trabajo remunerado trajo consigo políticas públicas que facilitaron este acceso, pero la mayoría aún contemplan una mirada maternalista sobre el cuidado infantil. “Por ejemplo, cuando la legislación laboral titulariza a las mujeres de los derechos y responsabilidades del cuidado de sus hijos, y omite a los hombres; pero también se observa como pauta en los programas de transferencia de ingresos, y en los servicios de cuidado infantil”, señala. Bajo esa perspectiva, agrega que las políticas sociales depositan el cuidado en el ámbito de las familias y del mercado “a sabiendas de que serán las mujeres quienes, en buena medida, se ocuparán de la gestión de estas tareas”.
La mercantilización del cuidado para superar la tensión entre trabajo y cuidado infantil es otro de los ejes que desarrolla Faur en su investigación, y es aquí donde a la desigualdad de género se suma la desigualdad económica en el cuidado de los niños y niñas. “El problema de fondo es que las formas de resolución de este dilema están fuertemente sesgadas por la capacidad económica de las distintas familias, porque al ser escasos los servicios públicos, interviene la lógica del mercado”, afirma.
En esa línea, recuerda que, mientras los hogares de clase media y alta contratan servicios privados -como jardines, guarderías y servicio doméstico-, los sectores populares disponen de escasas alternativas para delegar los cuidados, o bien le piden a algún familiar o vecina que, a cambio de un pago modesto, se ocupe de los chicos, o recorren escuelas públicas para conseguir vacantes o, cuando existe otro ingreso en el hogar, optan por renunciar al trabajo remunerado, y cuidar a los chicos ellas mismas. “En esa dinámica, se produce una significativa ampliación de las brechas sociales”, concluye Faur.

Las mujeres continúan siendo las principales responsables de la gestión del cuidado infantil cualquiera sea su edad o posición en el hogar y en el mundo laboral.

Las claves de la combinación entre familia y trabajo
Maternalismo
Faur considera que la expresión contemporánea “maternalismo” configura un nuevo sujeto social: las mujeres malabaristas. Las describe como “mujeres todo-terreno” para quienes la salida al mundo del trabajo remunerado no implica compartir las responsabilidades del cuidado, y “cargan sobre sí un sinnúmero de actividades y responsabilidades, en pos del bienestar familiar”. Así, la conciliación entre la vida familiar y la actividad remunerada “se asienta sobre espaldas femeninas”.

Políticas sociales
Faur plantea el rol central de las políticas sociales a través de las cuales se pude contribuir a disminuir las desigualdades de clase y género, o bien, a acentuarlas.

POR UNA RESPONSABILIDAD COMPARTIDA
Etapa clave: porqué deben superarse los desequilibrios entre madres y padres en el cuidado de los hijos durante la primera infancia.

La perspectiva de un cuidado infantil integral supone articular dimensiones materiales (la alimentación, el abrigo, el hábitat, la salud) aspectos cognitivos, psicológicos y afectivos. “La primera infancia es una etapa central en la constitución de subjetividades y de vínculos. La mirada de los adultos, la escucha, el juego, la capacidad de comprender y traducir las señales de los niños y niñas cuando apenas se introducen en el uso del lenguaje son vitales para esta construcción identitaria, y para la construcción de lazos sociales”, explica Eleonor Faur.
La corresponsabilidad de género en la tarea de cuidar supone un cambio cultural profundo. En este sentido, ampliar la perspectiva y explorar la capacidad de las políticas para facilitar a la población la posibilidad de compatibilizar las responsabilidades de trabajo y familia supone revisar críticamente cómo se organiza el mundo del trabajo, sus horarios, sus estructuras segmentadas, los esquemas de protección social y la oferta diferencial para los distintos grupos poblacionales.
Con claridad, Faur concluye en su investigación que el tiempo de cuidado debe ser asignado con independencia del género de quienes cuidan, para modificar modelos anacrónicos y facilitar la elección de mujeres y hombres, según las condiciones del hogar y la armonización de responsabilidades y deseos de cada madre, padre, tutor o encargado. “Si entendemos el cuidado como un elemento central del bienestar humano, y como una responsabilidad social compartida, hay una necesaria corresponsabilidad entre las familias, el Estado, el mercado y la comunidad que requiere ser afianzada para que el hecho de cuidar no limite la autonomía ni los derechos de quienes dedican parte de sus días a esta actividad”, considera la socióloga.