miércoles, 5 de noviembre de 2008

Donde duermen los sueños

Una recorrida por las pensiones de las distintas categorías del fútbol argentino. Los albergues de clubes alojan chicos que viven diferentes realidades, pero tienen un mismo objetivo: triunfar.

Por Sofía Iglesias, Liza Isaak, Fernando Sánchez (Comisión 10)

Susurran para que el encargado no los escuche. Algunos se quedan con hambre y les piden a la vieja que les mande milanesas; otros se dan sesiones en el sauna y en el jacuzzi. Fanáticos de las telenovelas de la tarde, bien podrían ser parte de una: han dormido en la calle por un sueño, vivir de la pelota: “Cuando los dirigentes nos preguntaron si teníamos un lugar para dormir, les mentimos. Dijimos que sí, pero estábamos a la deriva. Con mis amigos nos armamos una choza con dos chapas y una lona. Encima hacía un calor infernal y nos tapábamos con frazadas para zafar de los mosquitos. Después de dos semanas, mis amigos se volvieron para Formosa. Por suerte para mí, a los pocos días, el encargado del fútbol amateur se dio cuenta de lo que me pasaba y me llevó para la pensión”, cuenta Sebastián Ibars, delantero en la 6ª división de Almirante Brown.
“De la comida mejor ni hablar. Como no hay repetición, te quedás con hambre. Entonces mi vieja me mandó dos kilos de milanesas y voy tirando con eso. Y te digo más, hubo dos chicos, Germán y Santiago, que tuvieron gastroenteritis y terminaron uno en internación y otro bajó cuatro kilos por intoxicación con la comida”, se queja Emilio Solari, volante de la 6ª de Ferro. No es el único. Mariano Aguirre, defensor de la 4ª de Lanús, confiesa: “A veces les teníamos que pedir a nuestros viejos que nos manden plata para comer. Nos juntábamos entre un par de los pibes, íbamos al súper y comprábamos jamón, queso, pan y listo, ¡sanguchitos para todos! Por suerte el club repuntó y decidió invertir más en nosotros, bah, en ellos mismos, la comida es buena, tenemos un nutricionista... Pero antes de 2007 había, por mes, cinco o seis chicos con diarrea o cosas así”.
El relato continúa en la voz de Pablo Costa, arquero de la 5ª de Deportivo Morón: “Al principio ni siquiera teníamos gas y nos bañábamos con agua fría en pleno invierno. Encima, cuando llegamos en 2006, éramos seis chicos en un departamento de un ambiente. A nuestros padres les mentíamos y les decíamos que vivíamos bien. Ahora las cosas cambiaron un poco porque tenemos gas y sólo quedamos dos, así que estamos más cómodos”.
La vida en la pensión es dura para todos pero especialmente para los chicos de las provincias más alejadas, que pasan varios meses sin ver a sus familias: “Se extraña mucho. Cuando llegué, desconfiaba de todo y de todos… Encima la Capital es un monstruo de grande, tardás en acostumbrarte”, dice Marcos Gómez, arquero de la 7ª de Boca. Marta D`Avila, psicóloga de las inferiores de Independiente, agrega una anécdota: “En 2005, en la época de prueba de jugadores, había un chico nuevo de 13 años. Un día me lo encontré a la salida del entrenamiento y me abrazó con estremecimiento. Le pregunté por qué se había puesto así y me dijo que pensaba que yo era la madre, ya que hacía dos años que no la veía”.
Los chicos que extrañan necesitan contención y la obtienen de donde pueden. “Todos los martes nos visita el psicólogo de Primera, pero nadie del grupo lo usa, nos contenemos entre nosotros”, confiesa Fabio López, de la 6ª de Defensa y Justicia. En el caso de All Boys, el barrio funciona como núcleo: “El lugar es humilde, los jugadores están lejos de casa y extrañan. Pero el barrio, la gente, les da un lugar de pertenencia”, comenta Ricardo Asad, encargado de la pensión.
Los psicólogos son muchas veces resistidos. Pero algunas otras dejan su huella: “Entre mayo y junio vino un grupo a visitarnos. Fueron entrevistas grupales e individuales. Nos preguntaron qué era para nosotros el fracaso y si jugábamos para divertirnos. Una vez nos dieron una lista con palabras y teníamos que marcar los requisitos para triunfar. Eso estuvo bueno. Yo puse sacrificio, humildad, esfuerzo, trabajo. Ah, sí, y talento, ese también lo marqué”, recuerda Federico Lértora, lateral de la 5ª de Ferro.
Llegar a Primera es el objetivo. Ahí las cosas cambian. Se ingresa en el terreno de los lujos. Eso es lo que está viviendo Guillermo Pfund, volante de la 3ª de Vélez y actual figura en los partidos de reserva: “Lo mejor de las instalaciones es que puedo usar el jacuzzi y el sauna, todo está bueno en la Villa Olímpica. Aparte la comida siempre es buenísima, el terreno de juego y hasta las pelotas son mejores que las de las inferiores”. Pero no son todas rosas; también se oyen voces de protesta: “¿Por qué los jugadores de Primera tienen que estar más cómodos que nosotros, o en mejores habitaciones, si al fin y al cabo todos somos personas y merecemos el mismo trato y cuidado? Que no jodan loco, que no se suban al estrellato, que vivan como viven sus compañeros”, reclama Aguirre.
No es un mito. El rito de iniciación existe en las pensiones del fútbol argentino y varía según el club. Mauro Napolitano, jugador de River ya retirado, lo recuerda muy bien: “Me pelaron y me sacaron toda la ropa. Tuve que pasearme desnudo por el club hasta que llegué a la habitación. ¡Un papelón! Pero después me pude vengar. Estar del otro lado es divertido”. En Quilmes ocurre algo parecido: “Como bienvenida, suelen robarle los bolsos a los recién llegados. Se los sacan por algunos días, hasta que se quedan sin ropa y después se los devuelven”, cuenta Martín Torres, de la 8ª división.
En su tiempo libre, los chicos de River juegan a la play station o usan la computadora, tienen ocho a su disposición. Los de Ferro miran las novelas: “A las 14, Don Juan y su bella dama y a las 18, Casi ángeles. Estamos todos re enganchados”, afirma Lértora. Hay algunos que aprovechan para hacer alguna changuita: “De nueve a once de la noche trabajo en la canchita de fútbol que está debajo de la pensión. No me pagan mucho, cinco o diez pesos por cada alquiler, pero todo suma”, cuenta Milton Martínez, de la 5ª de Almirante Brown. Además, van a la escuela. El colegio es un baluarte importante para la mayoría de los clubes. En algunos, incluso, la asistencia es requisito indispensable para alojarse. Marcos González, encargado de la pensión y entrenador de la 5ª división de Independiente, comenta: “El estudio es obligatorio, pero si creo que entre estos chicos hay un Tevez o un Agüero, hago lo imposible para que no estudie”. Ignacio Herrera, de la 9ª de Ferro, le responde: “Siempre soñé, y ojalá se me de, con ser ingeniero agrónomo”. Ojalá que no sea ni un Tévez ni un Agüero.
Los encargados acuerdan en un solo punto: los pibes son lo más importante: “Cuando estábamos en quiebra, lo único que funcionaba era la pensión. La jueza quería echar a los chicos, pero como eran del interior no los podía dejar en la calle. Además, ¿cómo íbamos a desprendernos del mejor patrimonio del club?”, se pregunta Miguel Hernández, encargado de la pensión de Social Español. Daniel Rui, encargado de la pensión y entrenador de arqueros de las inferiores de Ferro, dice que no cobra hace tres meses. “No veo un peso y sigo. No me puedo ir. No puedo dejar a estos chicos, porque son el futuro del club. La dirigencia tendría que darse cuenta”.

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