domingo, 30 de noviembre de 2008

“Como artistas debemos ser populares, eso no quita que hagas algo bueno”

Rodrigo de la Serna charla sobre su carrera, sus trabajos recientes y la actualidad social. Su sueño de filmar con Leonardo Favio y sus buenas incursiones en la TV, a la que igual considera “un desastre”.

Por Mariela Genovesi (Comisión 3)

Rodrigo de la Serna siempre se ha destacado por hacer personajes con reminiscencias sociales. Muchos de ellos lo consagraron como actor. Dentro de este marco, se descubre cómo el talento, el esfuerzo y el compromiso son cualidades que no están separadas del arte y ante las cuales se puede tener más de una postura. Desprovisto de deidades y frases hechas, es autocrítico, sincero y se siente “uno más” frente a diversas coyunturas políticas. Inquieto por naturaleza, ha explorado nuevos caminos a través de la música, la conducción y la producción.

¿Cómo va con la filmación de Ringo, la película sobre Ringo Bonavena?
Empezamos en diciembre. Estoy bajo entrenamiento y dieta desde enero, haciendo dos horas de aparatos y dos de boxeo por día. Tuve que disminuir toda la grasa que tenía en el cuerpo que eran como 5, 6 kilos. Cuando empecé estaba pesando 75 kilos, ahora estoy en 82, pero todo en masa muscular (risas) y todavía tengo que aumentar más.

Y quedó muy presente en el imaginario popular además, por el mito que generó el tipo de muerte que tuvo.
Sí, y además por haber peleado con Cassius Clay, el boxeador más grande de la historia, y haberlo puesto en problemas durante la pelea que terminó perdiendo pero igual, toda una proeza deportiva, a pesar de ser un tipo muy limitado que venía de un país muy limitado también en cuestiones deportivas.

Has filmado a nivel cinematográfico con muchos directores, Walter Salles, Adrián Caetano, Carlos Sorín, Alberto Lecchi, ¿con cuál de ellos se sintió más identificado?
Trato de identificarme mucho con todos los directores con los que trabajo, si no puedo hacerlo, hay problemas. Trato de identificarme con algunos aspectos de su estética, forma, contenido y comprometerme con eso. Siempre intento colaborar en lo que pueda a su búsqueda personal y a su manera de encarar cada proyecto. Por supuesto que uno tiene sus ideas propias y a veces chocan.

¿Con quién tuvo diferencias?
Con todos, por supuesto, diferencias de criterios, de formas de encarar el laburo, de estética, ideológicos. Damián Szifrón es un tipo muy obsesivo del detalle, la coma, el punto; de lo milimétrico. Eso es duro para alguien como yo, que soy más inquieto, que quiere siempre cosas distintas. Hacer tres veces los mismo, exactamente la misma escena, me aburre. Pero él necesita eso y hay que respetarlo.

Muchas veces trasladar eventos sociales e históricos determinados genera cierta contradicción entre la ficción y la realidad social que se quiere reconstruir, como actor frente a esos proyectos ¿se exige y se involucra más?
Okupas fue muy interesante en ese sentido, porque fue un programa que salió justo después del menemismo y se animó a mostrar la marginalidad que se había gestado y crecido durante esa década; realidad no oficial, que no se quería ver y que la televisión no había difundido. A partir de Okupas, eso saltó por primera vez. Y, como todo, después vinieron un montón de programas así, pero sin un trasfondo artístico, vieron que eso rendía, que era negocio y bueno, “contemos lo mismo pero sobre los presos, las prostitutas, los submundos de la marginalidad”.

Sol Negro fue parte de ese movimiento…
Sí, totalmente, se buscó el lado marginal de la locura. Ese proyecto también fue interesante, sobre todo por el elenco; trabajar con todos esos monstruos: Urdapilleta, Capusotto, Peña, Belloso, significó mucho. La idea era muy buena pero después se telenovelizó un poco. Había una búsqueda artística desde el lado de los actores; pero Okupas fue más auténtico, me gustó más.

¿Y el compromiso en Diarios de motocicleta?
Fue más hacia el lado de un ideal de fraternidad latinoamericana, un sentimiento muy fuerte que tengo, y eso no lo tuve que construir. Tampoco tuve que construir mi compromiso en Crónica de una fuga porque también era una realidad que sentía cercana a mí, yo nací en el 76.

¿Con quién le gustaría trabajar?
Sería un sueño increíble filmar con Leonardo Favio. Un genio cinematográfico, sin duda, el cineasta más grande que dio el país y Latinoamérica inclusive.

Usted tenía un programa de música en Encuentro, Tocá Madera, ¿cómo llegó a eso?
Por una idea de mi amigo Juan Díaz, coconductor del programa y músico con el cual formamos una banda, Yotivenco. Él es un tipo que sabe mucho sobre música y conoce ciertas movidas que se vienen gestando y yo le decía que tenía que capitalizar todo ese conocimiento tan valioso. Surgió la idea de hacer un programa de TV y hablamos con Tristán Bauer, el director del canal Encuentro, que nos ofreció todo, “hagan lo que quieran chicos, empezamos a trabajar ya”.

¿Le gustó como experiencia?
Me encantó. Aprendí muchísimo, desde cómo hacer trabajo de campo, que yo nunca había hecho, a conocer toda esta movida nueva de la juventud que no sabía que era tan vasta. Lo tengo como un tesoro pequeño que conseguimos con mi amigo.

Aunque últimamente no le atrae mucho la idea de participar en TV o al menos en TV de aire...
No veo TV. La TV toda me parece un desastre y opinar sobre la ética de los programadores, me da igual, podría hablar, pero si no hay nada en TV, “no la vean señores, vayan a hacer otras cosas”. Algunas veces surgen cosas interesantes, Tocá Madera lo era, pero claro, no estaba en TV abierta.

¿Cómo ha vivido a lo largo de su carrera la dialéctica popularidad/sofisticación?
La sofisticación por la sofisticación misma no funciona. Creo, como artista, que debemos ser populares, pero eso no quita que hagas algo bueno. La orquesta de Osvaldo Pugliese fue la más popular que hubo en la Argentina y era excelente.

¿Forma parte activa en el sindicato de actores?
Con la entidad de actores tuve algunos problemas. Por ejemplo, cuando nació mi hija no me dieron obstetra, ni clínica ni nada, y me sirvió mucho para darme cuenta de que en realidad las instituciones a mí no me sirven. Por más que me hayan ayudado en otras cosas, me las rebusqué solo y me fue muy bien. Uno lamentablemente tiene que hacer aportes muy grandes, sé que toda esa plata generalmente va a parar al bolsillo ajeno, que hay mucha corrupción y… “bueno, tomen”, qué vas a hacer. Sé que está mal, que uno tendría que reclamar, pero no espero nada, espero que la gente haga algo por sus propios medios, yo trato de hacer eso.

¿Cómo vivió el conflicto entre el “Gobierno” y el “Campo”?
Muy triste. Primero por una polarización absurda y segundo porque históricamente los sectores ligados al campo siempre fueron detrás del pueblo, de los progresos sociales. Nos costó mucho trabajo esa evolución y que muchos gritaran “¡Argentina, Argentina!” para que las rentas sojeras sean mayores, me desconcertó y afectó mucho. Por otro lado, también, el aprovechamiento político del gobierno, el uso de la imagen de las Abuelas de Plaza de Mayo; manipulaciones verbales y violentas de los dos lados que me generaron dolor. Siempre estuve más cerca de la postura del gobierno que de la del campo, pero tampoco estoy muy conforme con cómo se manejaron las cosas. Podríamos haber avanzado un poco más en la cuestión, la soja verdaderamente está destruyendo el suelo.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Donde duermen los sueños

Una recorrida por las pensiones de las distintas categorías del fútbol argentino. Los albergues de clubes alojan chicos que viven diferentes realidades, pero tienen un mismo objetivo: triunfar.

Por Sofía Iglesias, Liza Isaak, Fernando Sánchez (Comisión 10)

Susurran para que el encargado no los escuche. Algunos se quedan con hambre y les piden a la vieja que les mande milanesas; otros se dan sesiones en el sauna y en el jacuzzi. Fanáticos de las telenovelas de la tarde, bien podrían ser parte de una: han dormido en la calle por un sueño, vivir de la pelota: “Cuando los dirigentes nos preguntaron si teníamos un lugar para dormir, les mentimos. Dijimos que sí, pero estábamos a la deriva. Con mis amigos nos armamos una choza con dos chapas y una lona. Encima hacía un calor infernal y nos tapábamos con frazadas para zafar de los mosquitos. Después de dos semanas, mis amigos se volvieron para Formosa. Por suerte para mí, a los pocos días, el encargado del fútbol amateur se dio cuenta de lo que me pasaba y me llevó para la pensión”, cuenta Sebastián Ibars, delantero en la 6ª división de Almirante Brown.
“De la comida mejor ni hablar. Como no hay repetición, te quedás con hambre. Entonces mi vieja me mandó dos kilos de milanesas y voy tirando con eso. Y te digo más, hubo dos chicos, Germán y Santiago, que tuvieron gastroenteritis y terminaron uno en internación y otro bajó cuatro kilos por intoxicación con la comida”, se queja Emilio Solari, volante de la 6ª de Ferro. No es el único. Mariano Aguirre, defensor de la 4ª de Lanús, confiesa: “A veces les teníamos que pedir a nuestros viejos que nos manden plata para comer. Nos juntábamos entre un par de los pibes, íbamos al súper y comprábamos jamón, queso, pan y listo, ¡sanguchitos para todos! Por suerte el club repuntó y decidió invertir más en nosotros, bah, en ellos mismos, la comida es buena, tenemos un nutricionista... Pero antes de 2007 había, por mes, cinco o seis chicos con diarrea o cosas así”.
El relato continúa en la voz de Pablo Costa, arquero de la 5ª de Deportivo Morón: “Al principio ni siquiera teníamos gas y nos bañábamos con agua fría en pleno invierno. Encima, cuando llegamos en 2006, éramos seis chicos en un departamento de un ambiente. A nuestros padres les mentíamos y les decíamos que vivíamos bien. Ahora las cosas cambiaron un poco porque tenemos gas y sólo quedamos dos, así que estamos más cómodos”.
La vida en la pensión es dura para todos pero especialmente para los chicos de las provincias más alejadas, que pasan varios meses sin ver a sus familias: “Se extraña mucho. Cuando llegué, desconfiaba de todo y de todos… Encima la Capital es un monstruo de grande, tardás en acostumbrarte”, dice Marcos Gómez, arquero de la 7ª de Boca. Marta D`Avila, psicóloga de las inferiores de Independiente, agrega una anécdota: “En 2005, en la época de prueba de jugadores, había un chico nuevo de 13 años. Un día me lo encontré a la salida del entrenamiento y me abrazó con estremecimiento. Le pregunté por qué se había puesto así y me dijo que pensaba que yo era la madre, ya que hacía dos años que no la veía”.
Los chicos que extrañan necesitan contención y la obtienen de donde pueden. “Todos los martes nos visita el psicólogo de Primera, pero nadie del grupo lo usa, nos contenemos entre nosotros”, confiesa Fabio López, de la 6ª de Defensa y Justicia. En el caso de All Boys, el barrio funciona como núcleo: “El lugar es humilde, los jugadores están lejos de casa y extrañan. Pero el barrio, la gente, les da un lugar de pertenencia”, comenta Ricardo Asad, encargado de la pensión.
Los psicólogos son muchas veces resistidos. Pero algunas otras dejan su huella: “Entre mayo y junio vino un grupo a visitarnos. Fueron entrevistas grupales e individuales. Nos preguntaron qué era para nosotros el fracaso y si jugábamos para divertirnos. Una vez nos dieron una lista con palabras y teníamos que marcar los requisitos para triunfar. Eso estuvo bueno. Yo puse sacrificio, humildad, esfuerzo, trabajo. Ah, sí, y talento, ese también lo marqué”, recuerda Federico Lértora, lateral de la 5ª de Ferro.
Llegar a Primera es el objetivo. Ahí las cosas cambian. Se ingresa en el terreno de los lujos. Eso es lo que está viviendo Guillermo Pfund, volante de la 3ª de Vélez y actual figura en los partidos de reserva: “Lo mejor de las instalaciones es que puedo usar el jacuzzi y el sauna, todo está bueno en la Villa Olímpica. Aparte la comida siempre es buenísima, el terreno de juego y hasta las pelotas son mejores que las de las inferiores”. Pero no son todas rosas; también se oyen voces de protesta: “¿Por qué los jugadores de Primera tienen que estar más cómodos que nosotros, o en mejores habitaciones, si al fin y al cabo todos somos personas y merecemos el mismo trato y cuidado? Que no jodan loco, que no se suban al estrellato, que vivan como viven sus compañeros”, reclama Aguirre.
No es un mito. El rito de iniciación existe en las pensiones del fútbol argentino y varía según el club. Mauro Napolitano, jugador de River ya retirado, lo recuerda muy bien: “Me pelaron y me sacaron toda la ropa. Tuve que pasearme desnudo por el club hasta que llegué a la habitación. ¡Un papelón! Pero después me pude vengar. Estar del otro lado es divertido”. En Quilmes ocurre algo parecido: “Como bienvenida, suelen robarle los bolsos a los recién llegados. Se los sacan por algunos días, hasta que se quedan sin ropa y después se los devuelven”, cuenta Martín Torres, de la 8ª división.
En su tiempo libre, los chicos de River juegan a la play station o usan la computadora, tienen ocho a su disposición. Los de Ferro miran las novelas: “A las 14, Don Juan y su bella dama y a las 18, Casi ángeles. Estamos todos re enganchados”, afirma Lértora. Hay algunos que aprovechan para hacer alguna changuita: “De nueve a once de la noche trabajo en la canchita de fútbol que está debajo de la pensión. No me pagan mucho, cinco o diez pesos por cada alquiler, pero todo suma”, cuenta Milton Martínez, de la 5ª de Almirante Brown. Además, van a la escuela. El colegio es un baluarte importante para la mayoría de los clubes. En algunos, incluso, la asistencia es requisito indispensable para alojarse. Marcos González, encargado de la pensión y entrenador de la 5ª división de Independiente, comenta: “El estudio es obligatorio, pero si creo que entre estos chicos hay un Tevez o un Agüero, hago lo imposible para que no estudie”. Ignacio Herrera, de la 9ª de Ferro, le responde: “Siempre soñé, y ojalá se me de, con ser ingeniero agrónomo”. Ojalá que no sea ni un Tévez ni un Agüero.
Los encargados acuerdan en un solo punto: los pibes son lo más importante: “Cuando estábamos en quiebra, lo único que funcionaba era la pensión. La jueza quería echar a los chicos, pero como eran del interior no los podía dejar en la calle. Además, ¿cómo íbamos a desprendernos del mejor patrimonio del club?”, se pregunta Miguel Hernández, encargado de la pensión de Social Español. Daniel Rui, encargado de la pensión y entrenador de arqueros de las inferiores de Ferro, dice que no cobra hace tres meses. “No veo un peso y sigo. No me puedo ir. No puedo dejar a estos chicos, porque son el futuro del club. La dirigencia tendría que darse cuenta”.

lunes, 3 de noviembre de 2008

El ritual de los tambores

El ritmo improvisado de la percusión en manos de los talentosos músicos de La Bomba de Tiempo brinda la atmósfera propicia para el estallido de una verdadera fiesta, en la que la exploración y la experimentación se viven cada lunes, en el Konex, tanto arriba como abajo del escenario.

Por Rosana Quiñoa (Comisión 3)
Cae la tarde en Buenos Aires y los colectivos repletos de pasajeros anuncian el último suspiro de la jornada del lunes. Desde la puerta de Ciudad Cultural Konex, en Almagro, una veintena de jóvenes escucha lejanamente el ritmo de tambores que proviene de adentro. Son las ocho de la noche. El guardia corta las entradas y los pasos de la gente achican la distancia, clarifican los sonidos. Sobre el escenario está La Bomba de Tiempo, la banda que se autodefine como "el trance del ritmo en estado puro". En pocos minutos, como todos los lunes, los recién llegados confirmarán la certeza de ese eslogan.
Trance: estado en que el alma se siente en unión mística con Dios.
Un lenguaje de señas manejado por un director es la única herramienta que los 17 percusionistas de La Bomba de Tiempo utilizan para coordinar los ritmos que improvisan en cada presentación.
Los músicos saben que la inspiración se revela sin mediaciones. Y lo saben tan bien, que descubrieron cómo comunicarla "en estado puro", en tiempo real, mucho antes de que se convierta en palabra. Para quien quiera verlo, durante dos horas lo demuestran, arriba de un escenario.
"Creé este sistema de casi 70 señas en base a un lenguaje de improvisación que había visto en “Butch” Morris, un músico de jazz estadounidense. Quise adaptar ese idioma a la música de percusión", cuenta Santiago Vázquez, fundador y líder de la banda. "Reuní a los percusionistas que yo admiraba, y en mayo de 2006 comenzamos a tocar. Uno de nosotros hace de director y maneja las señas. En cada encuentro tocamos ritmos nunca predefinidos ni tradicionales… Y el público toma el espacio para hacer lo que quiere".
Y es que, como un hijo con su padre, La Bomba de Tiempo es el fiel reflejo de su creador. En su vasta carrera artística, Vázquez incursionó en el folklore argentino, el jazz, la música académica del siglo XX, el tango, el pop y los ritmos típicos de India, Marruecos, Zimbabwe, Java, Brasil y Bulgaria. Cuando al talento se le suma la curiosidad irrefrenable y el trabajo en equipo, el resultado es explosivo.
Tal como lo hará todos los lunes a las 20, en el Konex, Vázquez da la bienvenida. El público –casi 400 personas- aplaude. Suena el primer tambor y todos comienzan a moverse. "Todos" son: los rastafaris y los floggers, los yanquis y los gallegos, los padres y sus chiquitos, los cuarentones y las quinceañeras, los chetos y hasta los yuppies, que llegaron de traje, directo desde la oficina.
“Trato de venir todos los lunes porque es una desconexión total. Tengo conocidos acá, es una especie de ritual que compartimos sin preguntar ni pensar nada”, expresa Pablo, un chico de Avellaneda que trabaja en una distribuidora de alimentos en Palermo.
Justo después aparece Silvina, su novia, que lo busca, lo abraza y en un segundo lo lleva al centro de la pista para colgarse de su cuello y obligarlo a dar saltos.
Silvina no le suelta el cuello y entonces él la toma de las piernas, la alza y se la encaja en la cintura mientras se funden en un largo beso que tendrá quizá alguno de los mil ritmos que sobrecargan el espacio.
Trance: estado en que el alma se siente en unión mística con Dios.
"La percusión y el ritmo tienen una capacidad muy grande para conectarnos con el ritmo interior de cada uno. El baile es eso, es el movimiento del cuerpo en armonía con la música", afirmará Vázquez dos horas después, cuando ya no suene ningún tambor.
Pero ahora suben al escenario dos percusionistas más. Es difícil distinguirlos desde el tumulto de la gente, pero ante la presentación del director los presentes estallan en una ovación. Un nuevo ritmo comienza y los instrumentos se suman, se complementan y se refuerzan, y la vibración intensa en el esternón se expande ciega e imparable hasta los brazos, las piernas, la cabeza, las puntas de los dedos. Poco importan ya las indicaciones que el director le da al resto de los músicos. Abajo del escenario, la exploración, la experimentación y la improvisación toman por asalto a los cuerpos permeables que inevitablemente le dan forma al sonido.
“Estos tipos te dan una energía que no se puede explicar, hay que vivirla”, dice Raúl, la espalda contra la pared, sólo se anima a mover la cabeza entre trago y trago de cerveza. “Disfruto de verlos, de ver a toda esta gente. No bailo porque no doy más, estuve todo el día parado... pero quise venir porque acá la paso bien”. Raúl es empleado de un comercio en el centro y se irá del Konex tan solo como llegó.
La joven banda de percusionistas consiguió mucho en su corta vida. Gracias al boca a boca, en sólo dos años ganó terreno en festivales, recitales y conciertos, que contaron con la presencia de sus infaltables seguidores. La Bomba de Tiempo participó en el Festival de Percusión organizado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y cerró el Primer Festival de Música de La Plata. A mediados de 2007 salió a la venta el primer y único disco de la banda, editado por Musical Antiatlas Producciones, en formato acústico y en vivo. Además, los músicos promovieron la expansión de su novedoso estilo a través de la apertura de talleres de percusión, de los que surgieron grupos de percusionistas que llevan el mismo estandarte de La Bomba. Ellos son “La Bombachita” y “La Bombería”, entre otros.
"Hay una infinita variedad de ritmos que se pueden entrecruzar y truncar. El ritmo es nuestro objeto de experimentación. Cada lunes queremos ir más allá en algún aspecto, buscamos cosas nuevas. Por eso hay muchos que vienen todos los lunes, porque no es un show siempre igual. Es un acontecimiento que a ellos les sirve para bailar, pero en el que nunca se sabe bien qué va a pasar", dirá más tarde el líder de la banda. Pero ahora la música sigue, y la gente salta.
Una nena que no tiene más de cuatro años pasa corriendo entre la gente, va al encuentro de su mamá. La mujer, veinteañera, le hace upa mientras intenta hablar por celular. Imposible. Los tambores de La Bomba no dejan oír. Enseguida se resigna, baja a la pequeña y se pone a bailar con ella, que se mata de risa.
"Esto va a ser una fiesta", había anticipado con exactitud un joven antes de entrar. Es el mismo que ahora, a la izquierda, hace malabares con pelotitas, mientras cinco chicos, en ronda, hacen acrobacias por turnos. Dos muchachas bailan como si fueran siamesas, empujándose suavemente entre ellas al ritmo de la música.
En una esquina, junto a la pared, un hombre baila con su sombra.
Trance: estado en que el alma se siente en unión mística con Dios.
Vázquez lo explicará una hora después: "A Dios cada uno lo puede ver en cosas distintas. Yo creo que la música es divina, porque no sabemos de dónde viene. Por eso, el encuentro con la música es una comunión con lo sagrado".
Existe un mundo que La Bomba de Tiempo invita a conocer, a sentir, a experimentar. Cualquier explicación acerca de él lo aleja inmediatamente de lo que es. Lo dicho: el secreto está en la experiencia. Aquí, las palabras no sirven.