sábado, 17 de mayo de 2008

Entrevista con el director Pablo Reyero, antes del estreno de Ángeles caídos

Por Manuel Barrientos
(Antes del estreno del documental el 7 de febrero de este año).

Uno de los más graves problemas sociales de la Argentina es, sin duda, la exclusión juvenil. Más de 750.000 jóvenes no estudian ni trabajan según las estadísticas oficiales, 20.000 adolescentes y jóvenes están privados de su libertad en institutos o unidades penitenciarias y las tasas de indigencia y pobreza se duplican entre las personas de 15 a 24 años. Habitualmente fuera del registro periodístico o artístico, el tema es sin embargo una de las principales preocupaciones del cineasta Pablo Reyero. En su primer documental, Dársena Sur (1997), narró las historias de jóvenes que vivían en villas miserias y monoblocks cercanos al polo petroquímico de Dock Sud, uno de los lugares más contaminados del país.
Tras su proyecto de ficción La cruz del sur (2002), que acaba de ser exhibido en el MOMA de Nueva York, Reyero volvió a introducirse en el mundo de la exclusión juvenil con Ángeles caídos, un documental de notable sensibilidad que elude los golpes bajos para narrar la vida de tres adolescentes que habitan en barrios pobres de la ciudad de Buenos Aires y encuentran en la música un espacio para el desarrollo de sus personalidades y la generación de sentido de pertenencia. El filme se proyecta en el Cosmos y en el MALBA, donde en febrero se realizará una retrospectiva de la obra de Reyero, que abarca no sólo sus tres largometrajes sino también documentales realizados para la televisión, como “Hermosos perdedores” o “Calle Angosta”.
“Los chicos que aparecen en el documental son ángeles caídos, porque están tratando de sacar la cabeza afuera, o de salir adelante, de concretar sus deseos, pero vienen de una derrota y no de una victoria”, explica el director, quien actualmente es el responsable, junto a Alejandro Fernández Mouján, de la programación de cine de Canal 7.

¿Por qué decidió volver al mundo juvenil en Ángeles caídos?
Creo que los jóvenes son el sector más desprotegido de la sociedad y esto se puede ver en los casos de gatillo fácil o en la gran cantidad de menores de edad institucionalizados o de jóvenes presos simplemente por el hecho de ser pobres. También a esta situación social se agrega el hecho de que, por la misma edad, la adolescencia es un momento de muchos cambios.
¿Por qué los adolescentes y jóvenes elegidos integran proyectos musicales?
La música es un vehículo que permite la construcción de la propia identidad. Yo fui músico, entre los 10 y los 23 años estudié música y toqué en varios grupos. Y hoy en mis trabajos cinematográficos, relaciono mucho la forma de composición musical con la propia realización audiovisual. Así que este documental también representa en algún sentido la posibilidad de reflejar mis orígenes. Yo era de Gesell, de un lugar marginal, de familia humilde, donde la música era un vehículo de experimentación y expresión, y también de transformación de una carga negativa en una carga positiva, a través de esa posibilidad de sublimar que tiene el arte.
¿Cómo fue la selección de las tres historias que narra el documental?
La historia de Eli, el cantante de Los Gardelitos, y la familia Suárez los conocía desde hace más de diez años. El caso de Ezequiel y María fue diferente, hicimos una búsqueda de unos seis meses entre casi todas las orquestas o programas de música juvenil que se desarrollan en barrios marginales, y a partir de ahí contactamos a los chicos. El trabajo que hacen los docentes del programa de música en villas, que está a cargo de Claudio Spector, me parece fascinante, así que estoy contento por haber podido filmar ese laburo que hacen ellos.
Ángeles caídos muestra cómo esa práctica artística que tienen los chicos genera un sentido de pertenencia e inclusión social.
El documental se centra en la capacidad de transformación y de construcción de una identidad y una subjetividad, de un lugar de pertenencia, de la capacidad de transformar un entorno adverso, condicionante. En ese sentido, tuve la intención de correrme de aquellos lugares comunes que asocian la juventud y la adolescencia a las ideas de abulia, sensación de “sin futuro”, reviente, drogadicción o delincuencia. En un momento de la película, Eli dice: “tratan de que no creamos en nosotros mismos, y nos llaman negritos de mierda. Pero a mi no me van a hacer sentir así, porque yo no soy más que nadie, pero tampoco soy menos que nadie”.
Tal vez uno de los aspectos más notables del documental sea el alto grado de reflexión de los chicos sobre sus propias vidas y sobre el contexto en el que viven.
Esa conciencia de sí mismos surge también de la práctica artística. En ese ejercicio hay un trabajo dialéctico de autorreflexión. El documental se inserta y acompaña ese proceso, y también ayuda a impulsar ese desarrollo que está en ellos. Para los propios protagonistas, el hecho de verse en el documental, actúa como una posibilidad de espejo para modificar o identificar ciertas pautas de comportamiento que de pronto no les gusta de sí mismos. Les permite verse desde afuera, con otra distancia.
En los tres casos, más allá de algunas diferencias, hay una ausencia física de la figura paterna. ¿Se trató de una elección consciente?
Es cierto, son identidades que se construyen desde la ausencia. No fue algo buscado, aunque tal vez se vincule con el hecho de que mi viejo murió hace un año, y eso me dio el impulso para hacer toda la postproducción del documental. La muerte de mi viejo, en febrero del año pasado, fue como un sacudón que me llevó a concentrar y sacar afuera esa ausencia, para que yo también pueda sublimar esa carga negativa. Creo que eso no es ajeno a cierta atmósfera que hay en el documental y a que, en los tres casos, aparezcan padres ausentes. También tiene que ver con el hecho de que en los sectores humildes suele estar ausente la figura masculina pero sí estén presentes las viejas, sosteniendo lo que pueden, como pueden.
Con relación a la ausencia paterna, en los chicos hay una búsqueda de una voz propia y, a la vez, una manera diferente de pararse ante la situación familiar.
Sí, se trata de chicos que están en un proceso claro de búsqueda de identidad, de una voz propia, con la intención de no copiar a nadie. Se sienten responsables, a pesar de la poca edad que tienen, de la situación familiar. Me impresiona como María, por ejemplo, con sólo 12 años, diga que ella estaba muerta y que la música la hizo sobrevivir. Es muy fuerte esa capacidad de verse así misma, pese a su corta edad y a vivir en un contexto más que complicado.
¿Qué decisiones estéticas tomó para el registro de las historias?
Busqué que no fuese algo pretencioso, la decisión fue que la cámara acompañara a las situaciones. La cruz del sur, por ejemplo, está hecha casi toda cámara en mano, y la cámara es una protagonista más, interactúa con los otros protagonistas. En Ángeles caídos la cámara es, en todo caso, un testigo mudo, que sabe escuchar, que intenta ver frontalmente, a la altura de los ojos, y no trata de invadir. Traté de acompañar a los protagonistas en sus relaciones vinculares cotidianas, en su entorno, en su mundo afectivo. El planteo era mostrar con claridad y construir a partir de pequeños detalles. Pero sobre todo escuchar, jugar con los silencios, que el relato lo hicieran los propios protagonistas. Por eso no aparecen mis preguntas, salvo en aquellas ocasiones en que fueron necesarias para comprender el diálogo. Es una puesta sencilla, que prioriza las acciones cotidianas de los protagonistas. Por otra parte, también busqué que fuera liviana, en el sentido de no recargar nada, de mostrar y seguir adelante, pero dando el tiempo necesario para que el público pueda ver y entender. Es un documental que quería que fuera luminoso, tenía ganas de moverme con ese espíritu mientras grababa, no busqué historias densas o reventadas.
¿Cuál será su próximo proyecto como director?
Estoy trabajando en un proyecto de ficción que se llama Sobrevivientes, a partir de un guión en el que trabajé durante tres años. Es una película más nocturna, se trata de la exploración subjetiva de una tragedia, con cruce de géneros, tiene elementos de terror y de road movie. Está ambientado nuevamente en la Costa Atlántica y, de hecho, algunas locaciones son las mismas que las de La Cruz del Sur. También probablemente haya un personaje que se repita, que sería el de Wendy, interpretado por Humberto Tortonese. Queremos filmar entre agosto y septiembre. El productor es Luis Puenzo y Leonardo Sbaraglia va a ser uno de los protagonistas.

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