martes, 20 de mayo de 2008

Crónica del 1º de mayo

Por Camilo Alves - Comisión 8
Mientras Buenos Aires descansa de su habitual respiración de tránsito y muchedumbres, su plaza principal, la Plaza de los dos Congresos, es escenario de un nuevo acto conmemorativo del Día Internacional del Trabajador.
Bajo un despliegue de amplificadores, bombos, las banderas rojas y pancartas panfletarias, el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) se vale de éste día para lanzar sus típicas demandas, críticas y denuncias a un gobierno que, desde su óptica, poco parece hacer por los homenajeados de esta fecha.
Alrededor de las 17, Vilma Ripoll, principal representante del movimiento, se hace cargo del micrófono, arrojando su discurso con una voz adornada por una furia moderada, una mirada acusadora que no se posaban en ningún lugar concreto y un índice en alto en constante agitación.
Entre el público se encuentra gran cantidad de jóvenes neo-hippies, escuchando a medias, esperan el momento oportuno para celebrar las palabras de la oradora, levantar el puño y gritar algún canto contestatario.
No sorprende que la juventud disfrute concurrir a estos actos, dado que guardan muchas similitudes con conciertos de rock: El artista presenta sus nuevas canciones, hace un repaso de sus antiguos éxitos y deja un espacio estratégico para la participación del público, que corea el estribillo o la melodía en un frenesí tan pasional como efímero.
Aquí se ve lo mismo. Una figura carismática en el escenario gritando frases más o menos hechas, denunciando problemas actuales y reviviendo viejos reclamos. A cada frase un poco más inflamable que las anteriores, recibe puños en alto, gritos de apoyo, cantos de cancha y poderosos redobles de bombo y agite de banderas.
Entre los “temas nuevos” de este cancionero de la protesta, es infaltable el asunto del campo. Se declara un abierto apoyo a los pequeños productores, se denuncia el quiebre de cuatro mil tambos y se repudia a las grandes compañías que se adueñan de los métodos populares de protesta para hacer lobby contra el gobierno y cumplir sus intereses.
Los “viejos éxitos” incluyen dignidad para los trabajadores, aumento de sueldos, reducción de la inflación, transparencia gubernamental, libertad a los presos políticos y justicia por los mártires de la causa, en esta oportunidad, un tal Lázaro (su apellido nunca se dio a conocer y nadie entre el público supo informarlo), “asesinado por patotas del gobierno”, clamó Ripoll.
En el “sector V.I.P.” del acto, un grupo de ancianos se acomoda frente al escenario en sillas de plástico negras. Su pasividad es casi absoluta. Apenas algún tibio aplauso en determinados momentos del discurso son su única participación.
Al morir el día, el sol pinta de naranja la cara de Ripoll, mientras su airado discurso llega a su fin. Una chica ofrece pastafrola a sus compañeros. “Es mi cumpleaños”, explica mientras ceba un mate. A pesar de la sonrisa esbozada al pronunciar esas palabras sus ojos expresan cierta tristeza. Probablemente no era ésta su idea de una celebración.
La oradora ha terminado y arenga a la gente a despedirse cantando el himno socialista “La Internacional”. Es curioso escuchar el cántico a través de los amplificadores, ya que el imponente palacio del Congreso hace rebotar el sonido, otorgándole un efecto de eco.
Y esta es, tal vez, la principal frustración que se percibe en estos actos. El hecho de que las palabras pronunciadas siempre reboten contra la masa gubernamental.

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